Un agujero en la pared. No hay enduido suficiente para cubrirlo. Es demasiado grande. Guardo el pote, la espátula. Y ahí estás vos, del otro lado del agujero, queriendo que te preste atención. Apoyo el respaldo del sillón contra la pared.
Ahora el agujero no se ve. Tampoco vos.
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Otra vez sueño con esa fiesta. Con ese trencito. La mujer locomotora tiene cabeza de toro. Vos, cabeza de caballo. Hay tres que agitan unas maracas. Y todos,
absolutamente todos, mueven las caderas. Quieren que me sume al tren, insisten.
Yo hago que no los escucho, escondida adentro de mi propia cabeza.
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Estamos en el sillón. El humo del café sube hasta el techo. Me susurrás algo. “No te
entiendo, hablá más fuerte”. Te me quedás mirando en silencio, con la boca cerrada
y esos ojos de berenjenas. Miro arriba y el humo me grita justo lo que vos no te
animás a decir.
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Si hoy me convirtiera en un triangulo, definitivamente sería más isósceles que
escaleno. Y ni hablar de equilátero. Sería cualquier cosa, menos equilátero. Si hoy
me convirtiera en un triángulo, me redondearía las puntas, no sea cosa que le
saque un ojo a alguien.
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Ni me lo digas. Otra vez el gato serpiente se metió adentro de mis sábanas. Ahora
me rodea. Otra vez, las sábanas llenas de pelos y escamas. Otra vez, me lengüetea
con su lengua bífida. Otra vez, el veneno. Adentro y afuera.
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Nada te viene bien, me dijiste. Y yo, te cuento sobre mi infancia. De chica no me
prestaban suficiente atención. Un padre ausente. Ya es hora de que te saques el tul
y la corona. Podés usar otro color que no sea el rosa. Podés empezar a comer
empanas de carne con aceitunas. Podés madurar un poco.
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Me da fiaca el cloro. El vestuario. El gorrito. Y que todos me vean la celulitis. La
revisación. Pero si no fuera por eso, estaría nadando estilo mariposa. Volaría en el
agua y me saldrían alas de colores. Pero me da fiaca.
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