Margaritas a los cerdos


Este cuento forma parte de la colección "Marusiñas", del sello editorial Siete Vacas, de la Editorial Norma. Es mi primer libro de cuentos y está ilustrado por el Sr. Pablo Tambuscio. ¡¡¡Todo un honor!!!


A Juan, sus padres le habían enseñado desde pequeño a ser un verdadero cerdo. Eran muy estrictos con él. Le recordaban a cada instante lo que un verdadero cerdo debía hacer a la perfección: Revolcarse en la basura y oler mal. Y esas eran justamente las dos cosas que mejor le salían a Juan.
De a poco, se había ido convirtiendo en el más cerdo de todos los cerdos. Claro que esto le demandó mucho esfuerzo y dedicación. Años enteros de estudios, hasta lograr que su olor sea único e inimitable. Nadie más olía como él, en toda la pocilga.
Tampoco se revolcaba como los demás: Él mismo había inventado cincuenta nuevas maneras de echarse en la basura. Una más extravagante que la anterior.
Había ganado innumerables premios y medallas: “El Mejor Cerdo”, “El Cerdo del año”, “El Cerdo de Honor”. Sus padres estaban realmente muy orgullosos.
Hasta que un día, algo inesperado ocurrió. Juan se había enamorado.
Se llamaba Josefa. Era rosada y lustrosa. Como un chanchito de alcancía.
Cuando sus padres se enteraron, pusieron el “oink” en el cielo: “¡Su hijo! ¡Con una cerda limpia! ¡Nunca lo hubiesen creído!” Intentaron convencerlo, de todas las maneras posibles, de que no era la cerda para él. Pero no los escuchaba.
Al poco tiempo, Juan invitó a Josefa a cenar con sus padres. Cuando llegó, se taparon la nariz. “Demasiado perfume"- dijeron. Pero ella no se dio por vencida. Acomodando su vestido blanco, se paró en una silla y les leyó una poesía.
¡Oink! Gruñó la madre. Ni bien terminó, se puso sus zapatillas de danza y bailó por todo el comedor, agitando sus tules y dando saltos por los aires. ¡Oink! Gruñó el padre. Todos cenaron sin hablar.
Para el postre, Josefa les tenía preparada una sorpresa.
(Ilustración: Josefa cargando una torta enorme con la cara de Juan, rodeada de corazones).
¡Tanto amor había plasmado en esa torta! ¡Horas y más horas de trabajo! Los padres de Juan quedaron encantados. “¡Una cerda tan simpática! Siempre te lo dijimos, querido.”
Y es que ya no les preocupaba tanto que su hijo fuera el más cerdo de todos los cerdos.
Era el cerdo más feliz.
¿Si se convirtieron en cerdos limpios? ¡No! Siguen igual o más cochinos que antes. Pero en las cenas familiares, ahora ponen servilletas.

Comentarios

Anónimo dijo…
Es una hermosa historia de amor