Lo que se guarda

 


En la cartera guarda un perfume de pepino y menta. “Suaviza y refresca”, promete el envase. Pero ella, por más que se lo ponga, sigue áspera y caliente. “Un splash de sensaciones para tu piel”, susurran más abajo las minúsculas. En eso sí que la pegaron: se siente salpicada por sensaciones de mierda.

 

 

En el cajón de la mesita de luz guarda una gran cantidad de aritos sin pareja. Aros sueltos que no se anima a ponerse, porque no sea cosa. No sea cosa que se vaya a romper el perfecto equilibrio de su cara. Que se rompa, así como así, el mandato de matrimonio que la persigue desde que era una nena, que viene cargando hasta en la bijouterie.

 

En una carpeta guarda dibujos viejos. Algún día los va a colgar en la pared. Los quiere mirar con tiempo, decidir cuáles. Son demasiados. Mientras tanto se van volviendo amarillos y ocupan lugar en esa carpeta, en ese estante.

 

 

En la billetera guarda fotos carnet de gente. Gente que no ve hace mucho, o gente que ve pero que ya no se parece a la de las fotos. Desde hace un tiempo, cuando conoce a alguien, ni bien entra en confianza, le pide alguna foto para su colección. Ahora las saca de la billetera, una por una, y las mira mientras viaja en colectivo. Las mira fijo. Les pide consejos .

 

 

La pared está llena de postales que debería tirar. Hay demasiadas. Pero es tan difícil elegir. La de los tres animalitos haciendo fila, bailando en un trencito y tocando maracas, esa sí que no la tira. Y la de la ballena que nada en un océano azul, con el osito sentado en su espalda, esa tampoco. Hoy por lo menos, no. Otro día, quizás.

 

Piensa en todo lo que debería tirar. O regalar. O soltar. Escuchó que hay que hacer lugar para que entren cosas nuevas. En el armario. En la casa. En la vida.

¿Por qué le resulta tan difícil tirar? ¿Será que, cuando haga el lugar, por un momento, va a aparecer el vacío? ¿Será para llenar el vacío que sigue guardando?

 

Abre el cajón. Hay un arito con forma de loro. Ese que le regaló su amiga cuando viajó a Cataratas. Lo saca, como si lo sacara de una jaula. Se pregunta si volará después de tanto tiempo encerrado. Se lo pone y lo deja volar, colgando debajo de su oreja.

 

Abre la heladera y tira un pepino que tiene olor a podrido. Ni suave, ni refrescante.


Por algo se empieza.


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