Los unicornios también roncan




Me pregunto cómo es que hay que limpiar a los cornalitos antes de cocinarlos. Qué pasa con el tracto digestivo. Cómo se llega a limpiar algo tan pequeño. Nadie lo limpia. Va directo a la boca.

 

Cómo se saca el pegote que dejan los cables en la cabeza, después de una polisomnografía. Se sabe que se adhieren al cuero cabelludo con un pegote. Pero nadie sabe cómo se saca. Arreglatelás solito.


Los unicornios también roncan. Y también se hacen polisomnografias. Eso se sabe. Me pregunto si los cables también se los pegan en el cuerno, o no es necesario.

Cómo nace la cera de la oreja. Cuál es su punto de origen. Hasta dónde llega. Si tuviera que trazar una línea, un recorrido imaginario. ¿Llegará hasta el fondo, hasta el cerebro? ¿Recibirá esta cera mis descargas eléctricas, mientras estoy durmiendo? Si así fuera, se lo merece. Por ser resbalosa y molesta.


Cuando llueve, veo caer el agua de los desagües. El agua de las hojas de los árboles. El agua golpear la ventana del lavadero, que quiere colarse en mi departamento. Y me doy cuenta de que no puedo controlar nada. Por eso no me gusta la lluvia.

 

Cuando llueve me quedo mirando el triciclo de la terraza del vecino. Después del pulmón de manzana. Sigue ahí, desde hace tres años. Pasan las tormentas, y sigue ahí. Se moja y se seca. Como los árboles. Como las baldosas. Muy de vez en cuando hay una nena con dos trenzas (o cuatro; trenzas, no nenas) que se sube y da vueltas en círculos. Pero los días de lluvia, no. El triciclo sigue ahí y se dedica a mirarme fijo. ¿Por qué no venís? Me reclama.

No puedo porque estás mojado. Mojado y lejos. No puedo llegar hasta vos, hasta esa terraza. ¡Date cuenta!


Al final, terminamos cenando en ese restaurante espantoso cornalitos sucios con gusto a caca.Y eso que habíamos planeado otra cosa. Habíamos reservado en ese otro lugar, tan lindo, tan romántico, pero era al aire libre. Se suspendía por lluvia y se nos ahogaron los planes. ¿Ves lo que te digo? Nada podemos controlar. Nada.


Me quedé dormida al lado de tu cuerpo. Tu cuerpo vibra. Vibra al ritmo de tu respiración. Al lado de tu cuerpo unicornio. Movías la pierna y me despertabas con patadas. Dormí mal, soñé pesadillas, charcos marrones y azules que no me dejaban respirar. Yo, adentro de los charcos. Apenas asomaba la cabeza. Yo, andando en triciclo, pero sin avanzar. Yo, tejiendo trenzas azules. Rojas. Amarillas. Cuando me desperté, vi tu cabeza repleta de cables. Cables de todos los colores, llenos de pegote, adosados a tu cuero cabelludo.

 
Cuando llueve, el agua entra por mi sandalia y se me pone negro entre los dedos del pie. Me crecen cornalitos llenos de caca, que nadan entre los dedos. Uno se queda entre el meñique y el anular (no sé si al dedo del pie también se lo llama así). Hay uno, especialmente sucio, que se queda dormido ahi. En el huequito. Espera que nadie se lo coma. Vibra. Vibra tranquilo. Doy una patada al aire y sale volando.

 
Le sacaron la puerta al horno. Adentro había grasa. Después sacaron el horno de donde estaba. Y quedó un hueco.
Y en ese hueco también había grasa. Grasa seca y dura. Grasa acumulada por años. Grasa de hamburguesas. De papas al horno. De pastel de zanahoria. De  cornalitos fritos. Grasa que ahora puede respirar y con un llanto ahogado me pide que la limpie. Me pide que le pase virulana. Yo me hago la distraída. Si hay algo que no tengo ganas hoy es de limpiar grasa. Mugre vieja. Camino y doy vueltas por la casa, buscando algo más para hacer.

 

Me quedo sentada mirando la pared. Estoy quieta. Solo se mueven mis manos. Hay cosas que caen. Me pregunto porqué el pegamento de la cinta se desintegra tan rápido. Porqué todo lo que pego se cae.

 

Me como las uñas. Abro la puerta del mueble del pasillo. Ahí están todos los remedios amotinados. El repelente de insectos. El talco para pies. Ibuprofeno. Las curitas de princesas. El jabón de glicerina (son sextillizos). Y una cajita de hisopos. Agarro uno y lo meto en mi oreja. Me acuesto en la cama mientras el hisopo de desliza por mi oído. Lo acaricia. Me susurra cosas.

 

Al final, terminé limpiando mi propios huecos, me digo. Mi propia mugre.

 

El hisopo está eléctrico. Feliz de la vida.

 

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El horno sigue roto. Pero yo ya estoy mejor.


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Pido empanadas de humita.










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