Cita conmigo misma


Hice una cita conmigo misma.

Me puse el vestido rojo con lunares negros. Porque me gustan las vaquitas de San Antonio. Dan buena suerte.
Llevé una estrella de papel hecha en origami.
Tres scones con ralladura de naranja. Yo misma los cociné.
60 gramos de manteca, 150 gramos de harina. Un huevo. Diez minutos de cocción. ¡Hasta precalenté el horno!
Llevé un libro. Y adentro del libro, un señalador con forma de cactus.
Un ramo de jazmines que, de tanto esperar, empezó a pudrirse.
Esmalte de uñas color turquesa.

Esperé por horas, sentada en el escalón de esa esquina.
Me comí los scones. Primero uno. Después otro. Y finalmente, el tercero. No les sentí el sabor. La ralladura de naranjas se coló entre mis dientes.
Traté de distraerme con el libro pero no podía leer en línea recta. Mi mirada se movía en diagonal, en círculos, y era difícil entender algo. Lo llené de migas. Cuando quise marcar la página, el cactus me pinchó.
También me empecé a comer las uñas. Hasta la cutícula. Tanto que ya no tenía sentido usar el esmalte.
La estrella la terminé desarmando para calmar mis nervios. Volví a plegar el papel pero me quedó un rinoceronte. Saqué el esmalte y lo empecé a pintar. Puntitos , puntitos y más puntitos turquesas. Pequeños lunares. Ahora era un rinoceronte de San Antonio. Haciendo esto, se manchó el libro.



Seguí esperando un rato más hasta que me cansé y me fui.
En esa esquina quedaron dos montoncitos de migas. Pedacitos de uñas. Lunares. Y un bollo de papel con forma de rinoceronte. Nadie más.
Hice una cita conmigo misma y me dejé plantada.



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