Más postales en mi pared...

 


Es de noche.

Roncás con furia.

Te rodean cinco colores:

Azul.

Azul.

Azul.

Azul.

Azul.

 

Pienso en tus lunares.

Me los sé de memoria.

Los empiezo a contar,

uno por uno.

Cuando llego al de la nuca,

me duermo.

 

 

**

 

¿Qué llevás ahí adentro?

Hay algo que crece.

¡Mostrame! Quiero ver.

 

Lo que crece en el libro es una idea.

Lo que crece en la silla es un gato.

Lo que crece en la ventana es una luna.

La luna se sube a la silla.

Se sienta a sus anchas.

Se pone a leer.

 

Se mueve. Hace equilibrio.

 

De buenas a primeras, pum: se cae.

 

Sí, ya sé. Todo lo que crece, algún día se muere.

 

**

 

La bufanda me llega hasta las rodillas.

Combina con el óxido de los barcos.

¿Por qué seguís usando estas zapatillas?

¿No ves que caminás y la suela te baila?

Tiene vida propia.

El dedo gordo se asoma. Me saluda.

¡Ay! ¡Todo es tan precario!

Tu zapatilla.

El puerto.

Estos barcos.

Nosotros dos, acá.

 

Aunque sea me prestaste la bufanda.

 

 

 

***

 

Como a una palta.

Así me veías vos.

Tan fresca y verde.

Dulce.

Suculenta.

 

 

No eras mi gato.

Nunca te sentaste en mi panza.

Ni me viste llorar.

Tampoco me chupaste las lágrimas.

 

No era una palta, en realidad.

Era más parecida a un espárrago.

Crocante, sí, pero bastante amarga. 





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