Maple



Compré un maple de huevos.

Un maple con treinta huevos.

Perfectamente alineados.

Los maples se pueden apilar. Con huevos. O sin huevos.

Un maple de huevos es la perfección, hecha huevos.

Más perfecto que un omelette, y su vínculo tan endogámico con el queso.

Más perfecto que un huevo poché. Los huevos poché siempre me hacen acordar a los pobres pollitos. Porque poché y pollitos suenan igual.

Más perfecto que un huevo estrellado, con su luna redonda, amarilla, rodeada de estrellas en un cielo blanco.

Más perfecto que un huevo “a la copa”, con esos aires de grandeza.

Incluso más perfecto que un croque madame. Un pan tostado, con un huevo metido adentro, pero que se las da de elegante. Hace poco lo descubrí. La palabra «croque» deriva del verbo «crujir» en francés. Y «madame», como todos sabemos, significa «señora» . Sería algo así como una “señora crujiente”. Una señora bañada en huevo que cruje cuando la mastican. Y nosotros estaríamos masticando a esta señora crujiente, hasta que nos la tragamos. En fin.
Compré un maple de huevos.
Es perfecto. Él sí que es perfecto.
Un maple, para quien no lo sabe, es una suerte de estuche de cartón diseñado especialmente para contener huevos. Es verdad que a veces ponemos otras cosas adentro. Hay quien pone muñequitos. Miniaturas. Nueces con caras pintadas. Piedras de colores. Pero el objetivo incial son y siempre fueron los huevos. Hay quienes los cortan, los desacralizan. Los pintan de verde y fabrican pequeños cocodrilos. También escuché que los usan para acustizar espacios. Salas de ensayo. Una persona muy decidida come huevos durante meses enteros, muchos huevos, cantidades, en sus diferentes versiones (ya arriba mencionadas). Y así, va juntando maples, maples y más maples, y los apila en un rincón de su casa. Y, cuando la pila sobrepasa su estatura, los separa, uno por uno y los adhiere a las paredes de su estudio. No sé con qué. Pegamento universal. Pegamento de contacto. Clavos. Engrampadora. No viene al caso. La cuestión es que, de esta manera, cada maple empieza a aislar el sonido y a disfrutar de los mejores solos de saxofón, en compañía fraterna con otros de su misma especie. Se sabe que los maples son un público atento y exigente.

Un maple también es un árbol. La hoja de maple es esa que vemos tan pedante en medio de la bandera de Canadá. De esa misma hoja viene la miel de maple (o de arce, como también la llaman). Al parecer, queda muy rica con los waffles y terrible con los huevos.

Pero cuando uno piensa en un maple, automáticamente se imagina huevos. Aparecen los huevos. Ni miel, ni cocodrilos, ni saxofones. Uno piensa en treinta huevos perfectamente alineados.

Compré un maple de huevos.
Doblo la esquina y tres se me escapan del maple. Se estrellan contra el piso. La yema se cuela entre los dibujos de la baldosa. Ahora son tres huevos estrellados.

Una paloma pasa volando. Mueve las alas. Me mira. La miro. Y no puedo evitar pensar en que ella también fue un huevo alguna vez. Piso un poco de yema y se queda pegada en la suela de mi zapato. Casi en el mismo instante, algo blanco y húmedo, parecido a la clara de un huevo poché, cae sobre mi cabeza. Pero no es clara. No.

Cierro los ojos y me imagino bañada en huevo. Mastico bronca. Me toco el pelo. Me crujen los dientes. Por un rato, soy una croque madame. Una señora crujiente.

Sonrío. Soy la perfección, hecha huevos.

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