Pelusón of Milk



Cuando lo grande es demasiado, me siento a contemplar lo pequeño.

El ovillo de cables, que da vueltas dibujando el infinito.

La pila de platos por lavar: Arriba la fuente grande. Que debería ir más abajo. Pero no. Está arriba, como si nada.

La tapa del frasco. La hago girar, en silencio. Escucho la música de cada giro. Me quedo petrificada, mirando ese baile. El de la tapa del frasco, girando en círculos perfectos. El de mis dedos, rodeándola.

El piso de parquet. Las maderas algo rotas. Arriba, los papeles despedazados forman un cuadro vanguardista. Los dejo quedarse ahí. Miro la obra. Los papeles están quietos. No son nieve. No son hojas de otoño. No pienso barrerlos.

La nata, que flota arriba de la taza. La lluvia de canela. Las burbujas alrededor, bordeando las caras internas. Forman un gran anillo. La taza es un planeta. Y yo no soy más que un satélite. Un satélite varado en una gran vía láctea.

Las pelusas del sweater. Llevan meses ahí. Adosadas. Ya son parte. Sobre la pelusa, hay pelusas más grandes. Y pelos. Mínimos. Que se entrelazan entre las pelusas y las abrazan. Me pregunto si se sienten queridas. Las acaricio un poco.

La pared, que antes era blanca. Justo delante de mis ojos. Quiere seguir siendo blanca. Ahora está llena de marcas. Los años, pienso. Fotos que no están más. Agujeros que quedaron. Grietas. Raspaduras. Manchas. La línea de un crayón azul.

Un bicho en la pared. No vuela. Me mira fijo. Y yo le perdono la vida.

La gota de leche. Cae. Es una línea diagonal, a 45 grados, bajando por la taza. Llega a mis labios. La trago. Me muevo y giro, alrededor de mi planeta.

Ahora, la taza está arriba de la pila de platos. Una cúpula invertida, coronando aquel monumento a la desidia. Me quedo mirando la pila.

La pila me mira.

Me miran los papeles desde el piso.

Giro.

Orbito.

Floto en el aire como una gran pelusa.

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