Balcón


Salir al balcón y ver la cúpula. Redonda y erecta, entre las terrazas. Ver las terrazas. La pelopincho turquesa desarmada. Por un lado, la lona. Por el otro, el esqueleto metálico. En la soga, la ropa colgada. Una musculosa a lunares mirando el piso. Con el cuello abajo, parece que respira. Baila. Flota. Se caen dos lunares sobre la membrana de plata. Rebotan. Desaparecen. En la terraza de al lado, otra vez más, está el triciclo rosa. Y, otra vez más, está solo. Quieto. Abandonado. Y después, más terrazas. Antenas. Cables. Otros balcones. Más lejos, los tanques de agua; como los únicos habitantes de nuestros techos. Esas cabezas sin cuerpo, que todo lo miran.


Salir al balcón y ver hacia abajo. Constatar que el jardín sigue estando vacío. Ayer cortaron el pasto. Hoy sigue vacío. En el medio de todo ese verde, hay un punto blanco. Una cabeza. Es el enano de jardín. Se hace el que no me ve. Pero sabe muy bien que estoy acá arriba.
Se queda parado. Con el sombrero despintado y la sonrisa de cemento. "Acá no pasó nada", se repite una y otra vez. Si habrá gente falluta...

Más allá, está la terraza del pelado. Con la mesita de suculentas. Y ese perro que siempre le da vueltas en círculos, como si fuera su satélite natural. El pelado no está. Y el perro no ladra. No da vueltas. No gira en torno a su planeta. Está quieto, en un rincón.

Me pregunto dónde está la luna. Mi luna. Si seguirá estando ahora que es de día. O si se habrá ido, como el pelado.

Ya casi no salgo al balcón. Justo que habíamos desalojado a los cactus, porque estaban demasiado afilados. Justo que había dibujado caras con tiza en todas las macetas. Ahora se quedaron sonriendo a la nada. Igual que el enano. Pero esta vez es mi culpa. Esta vez, la falluta soy yo.

Desenchufé las lucecitas de navidad y dejé de pasar el trapo.

Hace frío para estar ahí. Para cenar, rodeados de luces como si todos los días fueran navidad. Total, adentro, todos los días son primero de enero.

Hace frío para desayunar café y tostadas con lluvia de semillas. Porque la lluvia está afuera. Y el café se enfría.

Entramos la mesa. Ya ni mate tomamos en el balcón. A veces, muy de vez en cuando, me acuerdo y salgo a regar las plantas. En una de esas, se me cae algo de agua y se me borra media sonrisa. A mí no. A una maceta.

Bueno. A mí también.

Hace frío. Mejor me quedo adentro. Desde el sillón, a veces, llego a ver la luna.  Creo. O es la cúpula. No sé muy bien.

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