Te cuento la del otro
día. ¿Querés que te cuente? Juli me pide que vaya a su casa a recibir al
techista. Con la tormenta se le volaron algunas tejas de la casa. Y ella no
puede quedarse para recibirlo porque trabaja todo el día. Entonces voy. Claro.
Si no tengo nada mejor que hacer que ir un día de cuarenta grados de calor a
recibir a un techista. Llego un rato antes, por las dudas. Ocho mil mangos le
había presupuestado. ¡Ocho mil! A las cinco tenía que venir el tipo. Cinco en
punto, llega. Muy puntual, con su camionetita cuatro por cuatro. Marcelo se
llamaba. Me saluda. Muy amable. Muy elegante. Todo el pelo engominado. Se
parecía a Parini, el que nos cobraba las expensas en Leiva. ¿Te acordás de
Parini? Bueno, ese Marcelo era el que le había pasado el presupuesto.
Estaciona. Baja los materiales y sale un muchacho de atrás de la camioneta.
¡Feo como el solo! Le faltaban todos los dientes. Un desastre. Marcelo se va y
se queda el muchacho. Se sube al techo. Y arregla las tejas. Como dos horas
estuvo. Yo mientras me pongo a cebarle unos mates. Macanudo. Y nos quedamos
charlando. Mate va, mate viene, me cuenta que es de Berazategui. Hildo, se
llama. Hildo.
Seis hijos tiene. La mujer lo dejó por otro. Y ahora está parando
en una piecita. Me partió el alma. Entonces le pregunto que cuánto le paga este
Marcelo por hacer el trabajo. ¿Sabés lo que me dice? Decime. Decime cuánto. No
lo vas a creer. No. Menos. ¡600 pesos! Y el otro se lleva ocho mil. ¡Vos podés
creer lo que te estoy contando! Seguimos charlando un rato más. Al principio me
da no sé qué pero al final le termino diciendo lo que este Marcelo le estaba
cobrando a Julieta. Claro, él tampoco lo podía creer. La cara que me puso. Casi
se me larga a llorar. ¿Sabés lo que le digo yo?: “¿Querés que te de un
consejo?”. “Sí, señora”, me dice, “Digame” ¿Y entonces sabés lo que le digo?
“¡Hacete la dentadura!”. Sí, eso le digo. No me pongas esa cara. “Hacete los
dientes. Porque quién te va a contratar con esos dientes. Asustás a
cualquiera.”
No me mires así. ¿Vos
pensás que se ofendió? No. Al contrario. Me dio las gracias. “Muchas gracias,
señora”, me dijo. Fue un favor lo que le hice. Nadie se lo iba a decir. Después
le pedí el teléfono y me lo anotó en una servilleta. A la semana siguiente Juli
lo llamó y él le arregló el otro techo roto, el de la parte de atrás. ¿Sabés
cómo vino? Adiviná… ¡Sí! ¡Con los dientes nuevos! ¡Me hizo caso! Y claro, si
era una vergüenza. Cómo no lo iban a explotar con esa dentadura… Ahora Juli le
pasó el teléfono a sus vecinas y todas lo están llamando. ¿Viste? Tan tan mala
no soy.
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