En la verdulería


La mamá de Carla entra en la verdulería. Agarra una palta. La aprieta. Le clava una uña. Larga. Turquesa. Hasta el fondo. La saca. La uña está cubierta de una pasta verde. La relame, satisfecha. Agarra otra palta parecida y hace el mismo procedimiento. Se guarda las dos paltas adentro del vestido. Abajo del escote. Mira para arriba. Mira a los costados. Y camina hasta la salida, disimulando.


Mónica entra en la verdulería. Se sirve 2 kilos de cerezas. Tiene que bajar de peso. Sí o sí. El colesterol está por las nubes. “Empezá a reemplazar la docena de facturas de la hora de la novela, por otra cosa dulce, contundente. Menos calórica.” Eso le dijo la doctora. Que si no, no llega a fin de mes. “Evitame las harinas, Mónica”. Le había dicho. ¡Como si fuera tan fácil! En la cola hasta la caja abre la bolsa de cerezas y empieza a engullir una tras otra. Por cada cereza que traga, un carozo sale disparado desde el interior de su boca, hasta una nueva dirección. Uno rebota en el reloj de la balanza. Otro en el piso, contra una baldosa negra. Otro contra los mangos. Y uno último, contra la nuca de la señora con turbante. El golpe interrumpe su salida cautelosa. Las dos paltas caen al piso. La mamá de Carla gira la cabeza. Sus pupilas se dilatan y le clava la mirada a Mónica. Hasta el fondo. Se relame. Excreta odio. Entonces lanza un grito. Tres gritos. La verdulera grita también. Y Mónica, redobla la apuesta, para llenar los silencios. Gritos agudos, enardecidos. El canto de un gallo. Tres cacareos. 

Mónica y la Mamá de Carla son declaradas “Personas no gratas” en la verdulería y son expulsadas a la vereda.

Una vez pasado el mal trago, intercambian algunos comentarios. Al principio furiosos. Exaltados. Al rato, más calmadas, la conversación se vuelve animada. Caminan juntas hasta la plaza. A Mónica le hace bien caminar. Lo necesita. Se sientan en un banco y se ponen a charlar. Comparten cerezas y paltas, entre otras cosas. Pasan las horas. Son las cuatro y cuarto. La telenovela ya empezó, hace rato. Pero Mónica no se da cuenta.

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