Carla está acostada en un
colchón.
Esta no es su casa.
El colchón es demasiado fino. Demasiado
blando.
Ya tomó pastillas de tilo,
pasiflora y valeriana. Se puso el antifaz animal print, que espanta cualquier rastro
de luz. Y los tapones para los oídos color naranja. Los compró este sábado en la
ferretería del barrio. Hizo sus rituales para dormir. Está en bombacha.
Envuelta en sábanas rojas. Con los tapones y su antifaz. Pero no. No puede
dormir.
Esta no es su casa.
Extraña los ruidos conocidos. Los
pasos de una vecina. El ladrido de un perro. El viento. Ese ronquido. Acá los
ruidos son otros, y los rituales se vuelven inútiles. Lee tres páginas de un
libro. Afuera frenan colectivos. Hay un tren que pasa cada dos por tres. Y el
colchón sigue siendo demasiado fino.
Repasa
mentalmente las partes de su cuerpo. Casi no las siente. Inhala. Exhala. Hace
sonar los huesos. Se masajea los músculos de la cara. La unión de la mandíbula
y el cráneo. Se tapa una fosa nasal; inhala y exhala por la fosa libre, de
manera rítmica. Hace lo mismo con la otra fosa. Da calma. Eso dicen. Es inútil. Sigue sin poder
dormir.
Esta no es su casa.
En el balcón de al lado hay risas.
De mujer. De dos mujeres. Tres. Cinco. De hombres también. Risas agudas.
Graves. Barítonos. Tenores. Encienden música. Un reggaeton. Las risas son cada
vez más fuertes. Mañana tiene una reunión de trabajo. Necesita dormir. Ahora se
distinguen fragmentos de una conversación. “Olvidate, ni en pedo”. Dicen. Se
ríen. “No, ni ahí, ¿vos estás completamente loca?”. Están entonados. Alegres. Se
nota. Escucha cómo bailan. Cómo saltan. Las paredes tiemblan. Están tomando Campari.
O Gin Tonic. Sí. Se están divirtiendo. Las paredes van a aplastarla en
cualquier momento.
Carla tiene la cara envuelta en
lágrimas. Roja. Bermellón. La tristeza la ahoga. La asfixia. Hace de la sábana
un bollo. La deja arriba del colchón. Una flor roja arriba de una tumba. Se
para. Se queda un rato así. Camina en círculos. Tres círculos. Sentido horario.
Antihorario. Cierra los ojos. Tres círculos más. Inhala, exhala. Por las dos
fosas, esta vez.
Sale al balcón. Enciende un
cigarrillo. Mira al balcón de al lado. Los mira. Y por primera vez, sonríe.
Sin pensarlo, en un movimiento
rápido, atlético, elástico, logra llegar hasta el otro balcón. Nadie lo nota. Sigue
en bombacha. Se sirve un Gin Tonic. Se mira en el reflejo del vidrio. Todavía tiene
puesto el antifaz animal print a modo de vincha y los tapones naranjas en los
oídos. Los ojos hinchados. Apoya el vaso en una mesa y menea un reggaeton. Se
mira otra vez. Su cara está de un rojo Coca
Cola. Se sirve un Fernet. Apoya el vaso. Menea otra vez.
Sí. Es la reina de la noche.
Se sienta en el piso del balcón.
Y se queda dormida.
Comentarios