Hace tiempo tengo una teoría. Cuando un día empieza mal, termina mal. Fernán
se despierta de mal humor porque durmió mal toda la noche. Durmió mal toda la
noche porque ayer se agarró el dedo con la puerta del auto. Porque está nervioso.
Por lo del taller. El dedo que latía no lo dejó dormir. Daba vueltas en la
cama. Entonces me desvelé. Y ya no me pude volver a dormir. Empezar el día mal dormida, o mejor
dicho, mal dormidos los dos, no ayuda a que las cosas sigan bien. Fernán se
distrae y se queman las tostadas. El living queda bajo una gran niebla. Parecemos
en Londres, pero sin el encanto. Sin puentes. Sin río. Ni caminar y pasear con
tiempo. Sólo niebla y olor a pan quemado. El desayuno es un gran mal humor, con
bufidos desparramados por la alfombra. Y el mal humor, como la niebla, lo cubre
todo. Así empezamos el día.
Se van y me quedo sola. Al fin. Un poco de tranquilidad. Abro las
ventanas para ventilar. Todavía no me bañé. Me pone de pésimo humor empezar el
día sin bañarme. Llevo a la cocina las tazas sucias. Las lavo. Y al darme
vuelta veo que la bolsa de basura está a punto de colapsar. Llenísima. Casi dos
días sin sacarla. Mínimo. Entonces saco la tapa del tacho. Hago un nudo en la
bolsa y cuando la levanto: ¡Catástrofe!
La bolsa se rompe y su contenido cae al piso de la cocina. Al piso que
limpié ayer, con tanto esfuerzo. Todo cae. El café, húmedo y caliente. Cae la
yerba, que se dispersa por el piso. Insolente. Cae la zanahoria gomosa. El choclo
triste. La berenjena sumisa. Los bollos de papel que se abren y se cierran, que
parecen bailar y no quedarse quietos. La pelusa ingrata. Te barrí ayer, en cada
rincón de la casa, y ahora me hacés esto. Y ahí estoy yo, en bata, arrodillada,
tratando de levantar todo. El arroz me mira. Me mira atento. ¿Cuándo me vas a
barrer? “Menos mal que no me bañé”, pienso. Con la mano. Con otra bolsa. Con
servilletas. Levanto la basura escupiendo insultos. “La concha del pato”.
Imagino que los vecinos me escuchan. Las ventanas siguen abiertas. No me
importa. Insulto. Cada vez más fuerte. Media hora me lleva levantar los restos,
ponerlo en una nueva bolsa, sacar la bolsa y volver a limpiar el piso de la
cocina.
Entonces sí, me baño. Cierro los ojos en la ducha. Una amiga me había
dicho eso, lo de cerrar los ojos y sentir que las gotas de agua limpia que caen
son las cosas buenas que llegan, y el agua sucia, que se va por la rejilla, son
las cosas malas que se van. Cierro los ojos con fuerza y pienso en eso. Me
visto, preparo un café caliente con unas galletitas en forma de triángulos y me
pongo a trabajar en la ilustración que me encargaron para la tapa del libro. Escucho
música, Nina Simone. Y todo está bien. Las horas pasan.
Y vuelve Fernán. Y me cuenta. Que está contento. Que parece que sí, que
va a abrir su propio taller. Que está decidido y lo va a hacer. Que ya lo habló
y le dieron la plata que le corresponde y hoy mismo va a ir a comprar máquinas
nuevas. Que ya averiguó para alquilar enfrente. Le doy un beso. Le digo que yo
también estoy muy contenta. Que es una gran noticia. Que yo sabía que iba a
salir bien. Y entonces salgo, por primera vez en el día, y el sol está en todas
partes. Después de tantos días grises. Después de la casa con niebla. Después de
la basura. El sol está ahí. Ya estaba ahí antes, pero yo no lo había visto. Cierro
los ojos y lo dejo que me acaricie. Cruzo a comprar lasagna, a la casa de
pastas. Y después, un vinito. Porque a la noche vamos a festejar. Vamos a
brindar. Porque pude refutar mi teoría. Cuando un día empieza mal, no tiene por
qué terminar mal.
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