¿Podés creer?

 Estoy a-go-ta-da. ¡No sabés el día que pasé ayer! No me lo vas a poder creer…
¿Viste que Luisa me dejó las llaves de su casa, para que le riegue las plantas? Bueno. Estoy yendo todos los días. Ayer voy, le riego las plantas y, ya que estoy ahí, le limpio un poco la cocina, y el balcón. Si total, qué me cuesta ¡Lo tenía hecho una mugre! Como tres horas estoy limpiando. Me estoy yendo y ¿podés creer que se me caen las llaves por el hueco del ascensor?
Helada me quedo. Como un helado de palito ¡No sé qué hacer! Aparte el edificio de Luisa es de esos antiguos. Es muy difícil llegar ahí abajo. Me quedo pensando un rato: “¿Qué hago?¿Qué hago? ¿Qué hago?” Porque no puedo salir a la calle. Tampoco volver a entrar al departamento. Y las plantas de Luisa se van a morir. Solas, tantos días. Imaginate. ¡Me mata, mi hermana! Me achura. Además, me pidió que le vaya a cuidar eso que tiene ahí guardado, lo que te conté el otro día. Bueno, la cuestión es que no sé qué es lo que tengo qué hacer. Me empieza a bajar la presión.
Para llegar al pozo de ahí abajo hay que pasar como por un sótano; y la llave del sótano la tiene una vieja que vive en planta baja. Todo esto lo sé por Luisa. Dos veces se le cayeron las llaves a ella. Así que voy y le toco el timbre a la vieja. Pero no me atiende. “¿Qué hago?”- digo. ¿Y ahí sabés lo que hice? ¿Qué hice? ¡Adiviná! Me pongo a rezar el rosario. ¡Y sí! Podés creer que, lo termino de rezar, y aparece un vecino. Me dice que la portera tiene una copia de la llave, me acompaña hasta la portería, le tocamos el timbre – ¡un amor de hombre! – pero tampoco nos atiende. Entonces me dice que vaya hasta la Administración, que está a unas pocas cuadras, que ahí seguro tienen el teléfono de la portera. A todo esto, me empiezan a entrar unas ganas de cagar que mejor no te cuento. ¡Tremendo! Y a lo de Luisa no puedo ir. Y a este señor tampoco le puedo usar el baño. Porque no me da la cara para tanto. Me abre la puerta y me voy caminando ligerito hasta la Administración. Y a cada paso que doy, más ganas de cagar me entran. Terrible. Y justo es el horario que cierran. Por la siesta, ¿viste? Me empiezo a apurar cada vez más. Y no me aguanto, no me aguanto, no me aguanto.
Por suerte encuentro un bar. Ese “Martínez”, que nunca voy, por que son unos ladrones... ¿Sabés lo que sale un café ahí? Es una locura. Pero bueno. No estoy en situación de elegir. Pido permiso y les uso el baño. No me dicen nada, por suerte. Bueno. Más aliviada, me pongo a correr hasta la administración. Como dos cuadras. Llego y ¡cerrado! Casi me pongo a llorar enfrente de la persiana baja. Y justo ahí, en la puerta, me encuentro con una señora que también está tocando el timbre ¿Y a que no sabés quién era? ¡La portera del edificio! ¿Vos lo podés creer? ¡Todo por haber rezado el rosario! ¡Está clarísimo! Le explico la situación. ¿Y sabés lo que me dice? Que mi hermana no la mira ni la saluda, desde hace tres años. No le dirige la palabra. ¡Qué cosa esta Luisa! Me dice que no importa, que igual me va a ayudar. Vamos al edificio otra vez y llegamos hasta el sótano. A todo esto me acuerdo que tengo el turno con el kinesiólogo. Hace dos meses que lo saqué. Llamo y cancelo, porque ya no llego. Y Luisa, seguro que está ahí, en las playas de Croacia. Tomando sol como un pollo al espiedo. Y lo más cómico de todo es que me pidió en un mail que lo llame a Osvaldo, a ver cómo se siente, parece que está muy descompensado y no tiene a nadie. Ni amigos. Ni familia. A-na-die. Qué tengo que ver yo con su exmarido ¡Decimeló! ¿Me querés explicar? Bueno, la cuestión es que tampoco se puede llegar hasta las llaves desde ahí. Al final nos ayuda su hijo, un mocoso de diez años, con un palo de escoba. Para ese momento, ya son como las ocho de la noche. Estoy cansadísima. Y con un hambre que no te cuento. Cinco horas en total con todo este baile. Y mis pies, dos empanadas. Cancelo mi clase de yoga.
Así que vuelvo a entrar al departamento de Luisa. No, no doy más. Abro alacenas, frascos. Ni una galletita, nada. ¿Tanto le costaba dejarme una galletita, si sabía que iba a ir a regarle las plantas? No. Nada de nada. Le mando un whatsapp. No le escribí antes para no preocuparla. Para no arruinarle las vacaciones. Pero como ahora ya está todo resuelto, le escribo. Le pregunto dónde tiene escondido algún carbohidrato, algo, y de paso, le cuento todo lo que me pasó. ¿Y sabés lo que me contesta?: ¡Que por qué le hablé a la portera! ¡Que cómo se me ocurre hablarle a esa delincuente! Ofendidísima ¿Vos podés creer lo que te estoy contando? Después de todo lo que yo hago por ella. El día entero perdido. Ya te dije, está totalmente loca mi hermana. De remate. Y lo peor de todo. La frutilla del postre: Esta noche lo voy a visitar a Osvaldo. ¿A vos te parece?

Comentarios