Textos e ilustraciones: Gabriela Burin
El Conde de Zaragoza,
está solo y busca esposa.
Ha organizado un evento,
que lo lleve al casamiento.
Una dama sugestiva
de repente lo cautiva.
Viste ropas elegantes,
usa anillos en los guantes,
y en el Palacio de Gales
ha olvidado sus modales...
En el medio del salón,
¡qué terrible papelón!
el mozo le ofrece vino,
¡y miren qué desatino!:
La mujer, nuestra doncella,
le captura la botella,
y se la bebe completa,
sin mirar ni la etiqueta.
Todos, con delicadeza
comen caviar en la mesa.
Mientras ella, de cuclillas,
examina la vajilla.
¡Qué mujer desopilante!
¡Y qué aliento a ají picante!
Hace ruido con sus tacos
y en un terrible arrebato
se come una fuente entera
de aceitunas en salmuera.
Las mujeres del salón
con tapado de visón,
contemplan con gran asombro
aquel abrigo en los hombros.
Lleva puesto la señora,
¡a su gatito de angora!
Hace “MIAU”, le ronronea,
y sin que nadie lo vea,
con admirable destreza,
roba el jamón de una mesa.
En eso ¡las campanas!
¡Son las doce! ¡Qué macana!
La mujer despampanante
debe irse cuanto antes,
no sea que la carroza,
se convierta en otra cosa.
Mira a su abrigo de angora,
y le dice: “Ya es la hora”.
Así huye con su gato,
pero se olvida un zapato.
“¿Es acaso de cristal?”
Se pregunta un comensal.
El conde escupe la torta.
Le responde: “¡Qué te importa!”.
Corre entonces a la dama,
le confiesa que la ama,
la toma y luego la besa.
Todos gritan ¡qué sorpresa!
El conde ya no está solo,
de la mano va su esposa:
la mujer sin protocolo,
condesa de Zaragoza.
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