Desayuno


Una mosca vuela por las calles. Mira a través de las ventanas de un edificio estilo francés. En el séptimo piso desayuna una familia de cabellos rojizos alrededor de un mantel blanco. ¡Qué delicia! Un terrón de azúcar sobre la mesa. La mosca agita sus alas pero, al intentar pasar, se choca contra los cristales.

Sigue volando. Encuentra, en la ventana de al lado, una nueva cocina y esta vez logra entrar.
Un bosque de cacerolas, una montaña de platos sucios y, justo detrás: Moro desayuna una taza de café negro, rodeado por su harén de tostadas con mermelada.
No hay terrones de azúcar. Sólo el Moro y las tostadas.

En eso, Sofía entra a la cocina, toma el mosquitero y la aplasta.

Sofía se queda mirando a la mosca durante algunos segundos. Mira sus patas, sus alas, cómo poco a poco dejan de moverse.
Mira la montaña de platos sucios, al Moro. Come sus tostadas y se limpia las comisuras de la boca con el borde del mantel.

Los ojos de Sofía son dos porotos negros, a punto de convertirse en feijoada.

¿Por qué prefiere a su harén de tostadas antes que a ella?
¿Por qué no la mira? ¿Por qué no la abraza?
¿Por qué ese desastre? ¿Por qué no ha lavado ni un solo plato?
¿Por qué llegar al punto en el que las únicas visitas de la casa son las moscas?

El Moro mira las tostadas, luego, la sección deportiva del periódico, y una vez más, las tostadas. Ese es su campo visual ahora. Limitado como el de una mosca. Con movimientos cortos y precisos. Untar una tostada. Dar vuelta la página. Masticar una tostada. Dar vuelta la página. Tragar una tostada.
Se ríe de un chiste de la página de atrás y de sus dientes se asoman migajas negras.
Todavía no se ha percatado de la presencia de Sofía.

La boca de Sofía es una fruta abrillantada. Como esas frutas abrillantadas que son extirpadas del pan dulce. Se acerca a la mesada, toma la esponja, y con unas gotas de detergente, comienza a lavar los platos.

El Moro sigue ahí. Su pijama es de un verde liso, pero ahora presenta un estampado de migajas negras y manchas de café, haciendo juego.

Sofía es un pan de manteca. Consistente por fuera, pero al primer calor se desintegra.

Busca el repasador y seca un plato. Cuando está por guardarlo, el plato se resbala de sus manos y cae al suelo. Las manos de Sofía también son de manteca.

El Moro escucha el ruido, levanta su mirada y la ve. ¿Por qué siempre lo molesta a la hora de su desayuno?

Sofía recoge los platos limpios y, en lugar de guardarlos, toma impulso y los arroja al suelo. En ese mismo instante suelta de su fruta abrillantada, un grito tan fuerte que el estruendo de la porcelana rompiéndose casi no se escucha.

El Moro se levanta de su silla. Se acerca y la abraza.

Se queda mirando a Sofía durante algunos segundos: sus patas, sus alas. Cómo poco a poco dejan de moverse.


Comentarios