Huecos

El olor a churrasco del vecino que se filtra por mi ventana me lastima.
En mi heladera sólo queda una zanahoria, que me mira fijo y se ríe de mi desgracia.
Se siente sola, con sus pliegues y repliegues, con sus naranjas pálidos. Inhala el frío, lo exhala. Pero a pesar de su soledad polar, se ríe de mí, con su risa cínica, que me lastima aún más.

Me lastima tan profundo que llega a herir mi ego, a perforar mi estómago, creando así un oscuro agujero, al que bautizo “hambre”. Un hambre que no distingue las heridas. Hueco y oscuro, sin egos ni delirios de grandeza.

Entonces la miro una vez más. La tomo entre mis dedos. Y ya no me siento lastimada.
Siento lástima. Por ella. Por su triste destino. El de nadar en aguas desconocidas. El de ser calentada, hervida y aplastada, una y otra vez, hasta transformarse en puré. El de ser llevada a mi boca, triturada por mis dientes, humedecida por mi lengua. El de ser devorada por mi estómago hueco. Que clama por ella. El de pasar por mis intestinos, para luego salir.

Pero decido no calentarla y la llevo a mis labios, así como está. Recién salida de la heladera. Cruda y consistente.
La venganza se sirve fría.

Comentarios

elman Trevizo dijo…
Hola:
Acabo de descubrir tu espacio. Fue una sorpresa leer Margaritas a los cerdos.
Un abrazo.
Elman
-> dijo…
"felicidade se acha em horinhas de descuido", también llego de casualidad: un placer!
y un abrazo