Coreografía perfecta

Se la veía venir siempre por acá. Hacía los mismos movimientos. Como siguiendo alguna coreografía estudiada. Parafraseando a Theo Van Elshka, “el mundo sigue una coreografía perfecta, en la que todos se pisan los pies”.
En este caso no. Simplemente era perfecta: Llegaba caminando. Miraba hacia ambos lados. Abría su cartera. Sacaba un cigarrillo. Lo posaba entre sus labios. Lo humedecía. El cigarrillo permanecía ahí. A la espera. Algún caballero se detenía. Le ofrecía fuego. Cuando esto ocurría cruzaban algunas palabras. Nunca alejando al cigarrillo de sus labios. Era un arte que había ido desarrollando con el tiempo. El pronunciar oraciones completas, llenas de gestos, exclamaciones, movimientos de cejas, comisuras, lenguas. Y el cigarrillo, como si nada. En el mejor de los casos se retiraba con el caballero.
Alrededor de las 4 de la tarde se la veía por acá. Con su pilotín naranja, sus tacos de punta-aguja y, más tarde, el cigarrillo entre sus labios. A veces era cuestión de esperar un instante. Otras, la mayoría, algunas horas. La espera era terrible. El cigarrillo, intacto. Y ella, consumiéndose.
Pasaron días enteros sin que nadie le ofreciera fuego. Días nefastos. Negros. Su cigarrillo cada vez más húmedo, sus labios cada vez más amarillos. Jamás la he visto encenderlo por sí misma. Simplemente se retiraba, entrada la noche, con el cigarrillo entre sus labios. Apagado. Dolorido.
Recuerdo especialmente un día de lluvia, un 4 de febrero en el que nadie pasó. Por horas. Sus labios amarillentos estaban casi púrpuras del frío. Tiritaba. Hasta que al fin un hombre pasó y le ofreció fuego. Pero el cigarrillo estaba empapado y no encendía. El hombre siguió de largo.
Sí, algunas veces habían sido mujeres las que le ofrecían fuego. No recuerdo bien cómo reaccionaba ante este tipo de situaciones. Hacía algún comentario quizás. Movía sus labios frenéticamente. Explicaba algo. Pero jamás dejaba que ellas le encendieran su cigarrillo. Muchas veces intenté decodificar lo que les decía, leer sus labios. Pero era imposible. Así que me conformaba con imaginar supuestos diálogos. Subtitular esa película que se repetía día tras día ante mis ojos.
¡Toda ella se iluminaba! ¡Toda ella se encendía y se convertía en un marlboro mentolado! Las veces que se retiraba con el caballero en cuestión, claro está. Lo hacía fumando. Echando humo por narices y por boca. El cigarrillo siempre entre sus labios. Hasta que la brasa llegaba a rozar el filtro. Y aun cuando esto sucedía, permanecía en sus labios por unos minutos. Se retiraban juntos, caminaban siempre en dirección a la plaza y se perdían entre las sombras de los eucaliptos.
¿Y para qué? A la tarde siguiente se la encontraba de nuevo por acá. El mismo piloto. El mismo taco-aguja. Un poco más sonriente que el día anterior. Un poco más maquillada. Pero siempre con el cigarrillo entre los labios. ¿Y para qué? Nunca entendí exactamente qué es lo que estaba esperando. Cuál era su objetivo final.
Con el correr de los años pude observar cómo cambiaba de cigarrillos. De LyM a Lemans suaves. De cortos a largos, de corrientes a mentolados. Pero ella, permanecía igual.
***
¡Cómo ser hombre y no detenerse!
Esperaba las 4 de la tarde como el momento más preciado. Mi negocio está ubicado estratégicamente y podía observarlo casi todo. En mi cuaderno de saldos llevaba algunas anotaciones. También había sacado estadísticas: Los hombres con fósforos definitivamente no le atraían. Sí los de encendedor. Especialmente los de encendedor lujoso, de plata y con tapita. Estos la excitaban por completo. Pero se la veía realmente en su climax cuando acercaban el cigarrillo encendido a su cigarrillo apagado. Y lo encendían. Era un acto que consideraba casi íntimo. Como un beso entre cigarrillos. Un anticipo de lo que vendría.
***
Por una semana no la vi. Comencé a fijar cada vez más mi atención en esa esquina. Noté que en el sector en donde ella se paraba usualmente, las baldosas se habían desgastado. Sus tacos habían trazado con los años un dibujo.
Las siguientes semanas no fui al negocio. Algunos problemas personales. Nada que merezca ser contado. Pero algo pasó en esas semanas. Algo me perdí. Mi cauteloso estudio se había visto alterado.
Comencé a verla pasar en otros horarios. Con otros atuendos. Ya no fumaba. Ni tenía su cigarrillo apagado. Simplemente pasaba. Se iba. Seguía de largo.
Por primera vez pude ver con detenimiento su cara, sus labios.
Una mujer hermosa.
Me sentí perturbado. Años llevando un estudio exhaustivo, y en una semana, la nada misma.
Y así siguió pasando el tiempo. Las semanas. Ella seguía pasando.
Un jueves 11 de marzo nuestras miradas se cruzaron. Fue sólo un instante. Al día siguiente: un poco más. Y así. Esperaba todos los días a que apareciera. No para estudiarla. Ni a ella, ni a sus movimientos. Sólo esperaba su mirada.
Un 13 de marzo la vi llegar caminando desde la esquina. Con su sweter amarillo. Caminaba despacio, relajada. Estaba fumando. Su cigarrillo, encendido.
Fue entonces cuando salí del negocio. Y caminé. Fui a su encuentro. Le pedí fuego, por favor. Apoyó su cigarrillo en el mío, y lo encendió.
Los cigarrillos se besaron.
Un anticipo de lo que vendría

Comentarios

Anabel dijo…
eh!!! graciasss
Anabel dijo…
eh!!! graciasss