Constantine y las pasas

La madre de Constantine había ido al mercado. Había comprado todo para preparar el pan dulce de Navidad. Ese año iba a ser especial: los abuelos de Tierra del Fuego vendrían a pasar las fiestas.

En cuanto vio a su mamá atravesar la cocina, Constatine se acercó para degustar, uno a uno, todos los ingredientes: Almendras, avellanas, castañas. ¡Todos! Hasta que llegó a las pasas de uva e higos secos. ¡¡¡Jamás había probado algo tan desagradable!!!

Constantine se fue de la cocina, indignada.

A la mañana siguiente, en puntas de pie, se miró en el espejo.
Le preguntó si alguna vez se resacaría. Pero el espejo no le contestó.

Un poco preocupada caminó hasta la cocina y tomó un gran sorbo de agua.
Sí. Lo había decidido: De ahora en más estaría siempre hidratada.
Pasaba sus mañanas sumergida en la bañadera. Y, durante el resto del día, sus trenzas estaban constantemente remojadas. ¡Y ni hablar de sus pestañas!

Realmente: ¡No quería resecarse! Pensaba en las frutas secas. En cuánto las odiaba. ¡Todas arrugadas y sin ningún sabor!

Pero un día, ocurrió lo peor. Hacía horas y horas que estaba en la bañadera. Hidratándose, claro. Todo su cuerpo en perfecto remojo. ¡Hasta que miró sus manos! ¡Sus dedos! ¡Todos arrugados! ¡¡¡Arrugadísimos!!! Inmediatamente lo supo. Lo peor había ocurrido: Constantine se estaba resecando.
Sí, poco a poco, se había ido convirtiendo en una pasa de uva, una pasa de uva tamaño gigante.

Salió de la bañadera y fue a corriendo a contarle a su mamá.
No la encontró. Pero estaba su abuela, que acaba de llegar de Tierra del Fuego. ¡Hacía años que no la veía! Entonces Constantine le contó entre lágrimas lo que le había pasado. Le mostró sus manos. Sus dedos. Su abuela se puso los anteojos y miró con atención las manos de Constantine. Constantine miró con atención la cara de su abuela: ¡Ella sí que estaba arrugada! ¡Una verdadera fruta seca!

La sentó en sus rodillas y le dijo que no tenía de qué preocuparse, que a veces no es aconsejable hidratarse tanto. Le dio un beso y Constantine pudo sentir la piel suave y aterciopelada de su abuela sobre su mejilla. Sí, era una fruta seca, pero una fruta seca dulce y suave.

Esa noche Constantine se fue a dormir. Se quedó pensando en que si algún día llegaba a convertirse en una pasa de uva, como su abuela, no le importaría demasiado. Es más, hasta sería lindo.

Comentarios

Alan dijo…
Un lindo cuento. No me extraña que a la pobre chica no le hayan gustado las pasas, son lo peor del pan dulce.

Un saludo desde Barcelona.
Gabriela Burin dijo…
Gracias, Alan!!! Un gusto saber que me lees desde Barcelona. Yo también, estuve leyendo tu blog : me gusto mucho!!!!