Ideas Inconexas

"Su amor no corresponde a un enamorado en servicio. Disculpe las molestias ocasionadas."

"Te abriste a mí. Me abrí a vos. Nos abrimos el uno al otro. Lástima que estábamos vacíos."


"Esa señora, que pisa charcos los días de lluvia, le susurra en el oído a ese señor, que roba los confites de las tortas de cumpleaños, algo que nadie más escucha. Esa señora que pisa charcos los días de lluvia es la misma que se pinta las uñas de los pies mientras viaja en colectivo. Ahora está sentada en un sillón de flores turquesas, al lado del señor que roba los confites de las tortas de cumpleaños, que justamente es el mismo que adora revisar los botiquines en los baños ajenos. Están sentados los dos, allí, uno junto al otro. ¿Qué es lo que se susurran? Aún no lo sabemos, pero ríen ruidosamante. Todos en el velorio los miran indignados."

"¡Cómo puede ser que bauticemos a una persona con un apodo! El problema se presenta - mucho gusto - cuando hay dos personas que comparten el mismo apodo."


"Nunca supe su verdadero nombre. Lo llamábamos "chimenea", por su manera inconfundible de emanar humos por bocas y narices (entre otros orificios). Claro que me dijo su nombre una innumerable cantidad de veces, pero jamás lo retuve. ¡Cuando nos enamoramos! ¡Qué momento! Al sexto mes de noviazgo, no me quedó otra que preguntárselo. Desde aquel día, no nos volvimos a ver."

"El colectivo viene lleno. Es verano. El sol es calcinante. Si levantas tu brazo para detenerlo, ten la delicadeza de depilarte la axila. Muchas gracias".

"Subimos. Alguien me pisará la ampolla. Me pedirá disculpas. No lo disculparé."

"Odio viajar en colectivo. Cuando uno está parado, te clavan bolsos y carteras en el hombro y en los brazos. Cuando uno consigue, al fin, un asiento, un gordo se sienta a tu lado y, cada vez que el colectivo gira bruscamente, se vuelca sobre vos. ¡Es irritante! ¿Acaso debo adaptarme a esa situación tortuosa y no decir nada? ¿Eso es lo que esperan? Al principio, no decía nada. A veces algún movimiento corporal o diferentes muecas que mostraban mi disgusto. Pero nadie reparaba en mí. En realidad, nunca me animé a expresarlo verbalmente, no hizo falta. Una mañana de agosto me harté, y empujé al gordo que se sentaba a mi lado. Sí: lo arrojé de su asiento, con todas mis fuerzas, dejándolo desparramado por el piso. ¡Es que era una situación realmente aplastante! "

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