Insomniecitos


¿Qué ocultas debajo de ese ridículo sombrero? ¿Acaso un nuevo peinado que no te animas a mostrarnos? ¿O alguna de tus ideas?. Como si fueran tan geniales… Quizás, un hueco sin fondo. El fin del mundo. El agujero negro. Infinito. Misterioso. Pero hueco al fin.

Entonces te acercas. Te sacas el sombrero. Y decido no hacerte más preguntas.

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Cuando hablás, sopas de letras vienen y me inundan. No entiendo lo que me decís. Tengo que separar las letras, una por una, al borde de mi plato y ayudarme con una cuchara. Pero hacer esto me da tanto hambre que termino por comerme todas las letras y me quedo sin tus palabras. Pero yo siempre te lo dije: mi fideo preferido es el tirabuzón. Que da vueltas y más vueltas. Como vos.

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Una lluvia finita.
Casi tan finita que ni te moja.
Pero, como siempre, te ahogás en un vaso de agua.
Gritás y movés tus brazos. Glub . Glub.
Pero no tengo sed.
El vaso sigue con agua.
La lluvia sigue finita.
Y vos, con tu glub-glub.

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No quiero escuchar más. Mirá cómo aumentó el tamaño de mis oídos!! Mi factura preferida es la palmerita, pero vos siempre me comprás de las de dulce de membrillo. Y eso es porque no me escuchás. Pero hoy soy yo la que no quiero escuchar más. Y me voy en triciclo hasta un bar. Pido una leche con palmeritas y mis orejas vuelven a ser como antes: dos palmeritas. Pequeñas y hojaldradas.

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Muecas contra el vidrio. Esa mirada… Esa bizcura... Te dije algunas cosas pero, como estabas del otro lado del vidrio, no pudiste escucharme. Recién hoy, 10 años después, caigo en la cuenta de que ese fue el motivo por el cual no me respondiste. Pero ese día… Lloré y lloré. Y el día siguiente a ese, un poco más. Pensando que no me querías. Tu labio escurrido contra el vidrio. Después tu mejilla. Por último tu lengua, dejando resabios. Y yo imaginándome siendo ese vidrio. Deseé tanto pero tanto ser ese vidrio… nunca deseé tanto ser un vidrio como ese día.

Miento. Ayer deseé ser un vidrio. Pero fueron otros los motivos.

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Se ríe sola. ¿Y qué? Uno se pone contento al verla reír. Pero la intriga incomoda. Y la miro de nuevo. Quizás esté loca. ¡Pero qué envidia me da!
Mira a sus costados. Tantas hebillas en el pelo hablan de cierta falencia. Se las acomoda. Algún tema no resuelto. Se sigue riendo. Para sus adentros. Para sus afueras también.
Y nos muestra sus dientes. Nos los impone. No nos da más opción que el tener que verlos. Y qué envidia nos dan: Ella y sus dientes.

Sus encías no, realmente no.
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